El último cigarrillo eterno
(No man is an island)
Alguien buscó las hojas
de tabaco y las picó. Alguno envolvió la mezcla con una lámina de papel y formó
un rollo. Uno consiguió fuego y encendió el cigarrillo por un extremo,
aspirando con la boca desde el otro. ¿En qué parte de las islas de AgustínSirai están
los autores de estas acciones?
No existen hombres en esos trozos de bordes imprecisos que flotan,
mayormente, en el centro de las silenciosas piezas; tampoco en sus pinturas minuciosas de “inventarios de taller”. Sí quedan insuficientes
rastros de una presencia, que cuando vino la oscuridad acampó en el lugar. Dejó
ropa, instrumentos, libros; vestigios ligeros que hablan poco de aquel que
ahora falta. ¿Llegó un remolino y se lo llevó? Aunque la tempestad se aquietó y
tras la noche vino el alba, ese otro aquí no amaneció.
Como el último y eterno
cigarrillo del título, la perspectiva de las islas imaginadas por el artista
combina un tiempo pasado, presente y
futuro. Sin principio ni fin, una acción
circular sucede en un escenario casi fantasmagórico. Algo pasó, está pasando,
habrá de pasar allí, en esos islotes suspendidos y, quizá, a la deriva.
La nada es una latente
amenaza pero, en evidente contradicción, mucho permanece en estas pinturas que se detienen
amorosamente en los detalles. El desarraigo es una constante, tanto como cierta
resistencia que anuncia la expansión de la esperanza.
Sirai, que trabaja
todos los días en su taller y enseña en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata, suele hablar
de la ausencia como algo “inevitable”. La
presencia de la ausencia es poderosa en estas piezas, quizá como olvido,
también como irrupción de la soledad.
Mientras que en algunas
instancias, las obras describen la llegada de un invierno que mata los colores
y deja al suelo yermo -con árboles tristes que perdieron su follaje y se
disuelven en la bruma-, en la atmósfera romántica de otros archipiélagos aparecen
indicios que desmienten lo inevitable de la catástrofe: despunta
la primavera y corre el agua, los pájaros se
insinúan y las plantas reverdecen.
Ni islas de la muerte ni de las
lágrimas, los sutiles trabajos incluso reflejan materia, movimiento y tiempo. A
pesar de sus paisajes desolados, las obras aluden a la eternidad y proclaman
vida, extinciones y renacimientos.
Los conjuntos solitarios (otro oximoron)
creados por el artista bien pueden ser vistos como metáforas de las relaciones
humanas. Al considerar las conmovedoras y penetrantes pinturas, el observador
-¿deseando, acaso, cambiar las intenciones del artista?- recuerda palabras del
poeta metafísico John Donne. “Ningún hombre es una isla, entero en sí mismo; cada
hombre es un pedazo de continente, una parte de la Tierra… (…) La muerte de cualquier hombre me
disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y por eso nunca quieras saber por
quién doblan las campanas; doblan por ti” (Devotions upon Emergent Occasions -Meditation XVII, 1624).
Sirai persiste en la pintura.
Fin.
Victoria Verlichak